Saludo

Se acerca...

Le ves venir, inevitable, miras una silueta que en sueños mismos soñabas con soñar. Ves una sonrisa que te hace desear ser pintor para plasmarla, hacer de La Gioconda una trivialidad. Y unos ojos que brillan, qué ojos... con el infinito cliché de su profundidad infinita (disculpen la cacofonía), que te hace maldecir que todos los elogios y halagos para dicha parte de su anatomía, se hallan ya escrito, y mucho más vehementemente de lo que tu podrías imaginar.

Se balancea, se mueve como han descrito ya, como los poetas han imaginado el movimiento de un ángel, incorpóreo, liviano, irreal... no, surreal... y entonces te dirige a ti la mirada. Una mirada, un enorme peso que se estrella contra tu rostro. Naturalmente no sabes que hacer, y eso es bueno; la incertidumbre te paraliza y con un poco de suerte aparentas normalidad.

Ella no entenderá jamás lo que pasa, ella no entenderá que miras atentamente su boca mientras habla contigo, que escuchas cada inflexión de voz para no olvidar. Que malabareas cual capitán en medio de tempestad, luchando por saber que decir, y por saber que callar.

Nunca entenderá, que el simple olor en su cercanía desata una tormenta de impulsos a través de ti, que tu cerebro divaga hacia el futuro, que ves un millón de escenarios, que ves un montón de tragedias y aventuras.

Y respondes, haciendo gala de autocontrol, pero tus ojos se abren desmesuradamente cuando sientes que sus dedos hacen contacto con tu piel. Es tu antebrazo, igual hubiese podido ser una zona erógena, igual pudiesen haber sido sus labios, todo tu pensamiento se concentra en esos milimetros de su cuerpo que estuvieron en contacto contigo.

Desdeluego se va... victoria? derrota? acaso existe eso en estos casos, sólo castillos en el aire, en el jardín de senderos que se bifurcan